CECILIA MATIENZO IRIARTE
En 1932, durante la Guerra del Chaco, la bravura de 619 soldados bolivianos dio una lección de heroísmo a los pueblos latinoamericanos, resistiendo por 21 días al calor, hambre, sed y el ataque de 12.000 soldados paraguayos en la defensa del Fortín Boquerón en la alejada y casi inhóspita región del Chaco Boreal; un lugar extraño y ajeno para la mayoría de los bolivianos que fueron al frente. El motivo de tan cruenta disputa entre dos de los países más pobres del continente fue el territorio cuyas fronteras no habían quedado definidas al formarse las nuevas Repúblicas y poseía riquezas que posteriormente generaron intereses internacionales.
La Guerra del Chaco también fue ocasión de un hecho fundamental para la sociología boliviana, ya que congregó a jóvenes de distintas realidades socioculturales, permitiendo que aquellos jóvenes se reflejen en el espejo de la diversidad: andinos, vallunos, chaqueños, cambas, indios, campesinos y citadinos pertenecían a ese mismo país que defendían hombro a hombro y en igualdad de condiciones. Eran los años ’30 y la convivencia en situación bélica ayudó a superar el choque cultural que implicaba la interacción de estas diferencias de clase y procedencia. Pero también entretejió sus vidas para siempre: de aquel infierno en vida nacieron amistades, Honor e incluso códigos particulares que pertenece sólo a quienes lo vivieron. Los seres humanos somos sociables por naturaleza y necesitamos convivir con los demás en un entorno de armonía y respeto, compartir alegrías, risas y también dolor; de ahí que el sentimiento de fraternidad y amistad se alimentó del respeto la camaradería. Sólo el paso de los años permitiría que quienes no vivimos ese tiempo seamos testigos de los frutos y cosecha de aquellos afectos.
Muy aparte de lo que se aprende en la escuela, nuestros abuelos nos contaron sobre las hazañas y vivencias que experimentaron como soldados en esa guerra; anécdotas de dolor y valentía formaron parte del imaginario social con que crecimos hijos y nietos y que tuvimos la suerte de conocer a través de íntimos relatos familiares. Hoy en día, cuando la presencia de los veteranos está dejando el plano físico, poder transmitir sus remembranzas se ha convertido casi en una obligación, un compromiso hacia las siguientes generaciones que no tuvieron la posibilidad de conocer de primera fuente esta parte de nuestra historia.
El cine es un aparato cultural multidimensional que no sólo recrea historias de nuestra vida personal y social, sino que se convierte en un lenguaje artístico y de reflexión sobre nuestros sentimientos, deseos y valores; nos permite, así como la guerra, mirarnos y reconocernos como sociedad, con nuestras historias particulares y globales que queremos perduren en la memoria de los pueblos. Después de más de 2 años de realización y perseverancia, este año veremos en la pantalla gigante una de las producciones más importantes para la memoria histórica boliviana; se trata de “Boquerón”, la más reciente película del cineasta Tonchy Antezana, quien, desde la sencillez de sus personajes, revivirá éste feroz episodio que tocará la sensibilidad de la familia boliviana.
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