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domingo, 12 de octubre de 2014

BOYHOOD, registrar el paso del tiempo



No es precisamente novedoso afirmar que el cine es un arte del tiempo y de la memoria, en tanto que es capaz de registrar los movimientos, los gestos y los hechos pasados. Tampoco lo es afirmar que el cine, justamente por su capacidad de reproducir lo que desfila por la cámara, tiene un carácter inminentemente realista. De hecho, el gesto de filmar el transcurrir de un tiempo determinando se ha vuelto una característica propia del cine contemporáneo.

Sin embargo, Boyhood, la última película de Richard Linklater, lleva al extremo estas formulaciones tan conocidas sobre el cine. El filme cuenta la historia de una madre soltera y sus hijos. A lo largo del metraje, somos testigos del crecimiento de los niños, de los momentos más importantes de su infancia y de su adolescencia. La vida de los protagonistas no tiene nada de muy especial, de ahí que Linklater se dedica simplemente a filmar la cotidianidad, el devenir-adultos de los otrora niños.

La cinta de ficción de Linklater, sin embargo, tiene una característica especial: los protagonistas envejecen a la par que los actores que los encarnan. Por tanto, el espectador es testigo de los cambios físicos reales de los personajes. De ahí que la película, siguiendo a sus actores por un tiempo considerablemente largo, permite hacer real una de las aspiraciones más grandes del cine y del arte en general: mostrar el verdadero paso del tiempo. No es pues tanto la historia lo interesante en la cinta, sino la idea de ver la evolución de los actores, de su crecimiento, pero también de su decrecimiento.

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