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jueves, 20 de febrero de 2014

Un tranvía llamado Jasmine



Blue Jasmine es la última película de Woody Allen y está en nuestra cartelera de cines. Eso ya es para festejar: recuerdo que hace unos años nos teníamos que abocar a los piratas para gozar del filme por año que nos regala el neoyorquino. Con Blue Jasmine vuelve el Allen más en forma (tras una mediocre trilogía europea), reinventándose para no abandonar su gran leit motiv (las tormentosas relaciones de pareja) y tocar la codicia del capitalismo financiero especulador con mujeres en crisis de telón de fondo (como en Hannah y sus hermanas).

Las marcas que han retratado su cine siguen intactas: talento y oficio narrativo, guión y ritmo sublime, música con jazz y blues para deleite de los oídos y un reparto de grandes vuelos con una actuación soberbia de la australiana Cate Blanchett (el Oscar lo tiene casi en la mano).

Blue Jasmine es curiosamente una película triste; es un drama y una comedia con un sinfín de matices (la conducta humana es compleja); es un ejercicio magistral y clásico de cine (pocas veces los flashback fueron tan fluidos). Es un tributo a Un tranvía llamado deseo. Está a la altura de las mejores obras de toda la carrera de Woody Allen. Y eso es mucho decir. Pocas veces el precio de la entrada del cine estuvo tan bien justificado. Diez puntos.

Ricardo Bajo H. es periodista.

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