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martes, 29 de septiembre de 2015

Corazón de Dragón



Treinta y cinco años después Paolo Agazzi vuelve al punto de partida de su filmografía. En 1980, a poco de su desembarco en Bolivia y de haber sido parte del equipo de Chuquiago (Antonio Eguino, 1977), rodó Hilario Condori campesino, documental abocado a la migración provocada por las dificultades de sobrevivencia para muchos campesinos a causa del minifundio. Como tantos otros recién llegados a la ciudad en busca de oportunidades, el personaje cae en el alcoholismo, en la marginalidad y en el desencanto. Una temática similar, desde otro enfoque, nutría Abriendo brecha (1984).

En el largometraje los eslabones de su obra mostraron a un director ajeno a los corsés de quienes observaban el país desde sus condicionamientos geográficos, culturales y sociales, centrando su interés en acotadas circunscripciones de la historia o del presente. La suya, por el contrario, fue casi siempre una propuesta de trascender tales limitaciones para experimentar una lectura más abarcadora. Claro ejemplo, Mi socio (1982) proponía un viaje de oriente a occidente que, al igual que toda buena road movie o película del camino, trazaba al mismo tiempo un itinerario geográfico y un desplazamiento interior propicio para la introspección y el develamiento de los rasgos ocultos de los viajeros, en medio de un escenario que jugaba un papel importante.

El paso de Agazzi del documental a la ficción no supuso un corte radical entre esos dos cines. Todas sus historias remiten a lo real, dicho con precaución para no incurrir en los simplismos de teorías del cine que sembraron la errónea idea de una suerte de incompatibilidad de fondo entre ambos géneros.A estas alturas debiera haber quedado definitivamente atrás, por su inutilidad, la obsoleta y maniquea oposición entre el documental y la ficción. Más allá de los diferentes puntos de partida de ambos géneros —los hechos dados y la fabulación sobre hechos imaginados— los dos coinciden en la intervención del realizador sobre circunstancias que su mediación recorta, reinventa y reinterpreta, o sobre historias totalmente inventadas respondiendo a diversos motivos o propósitos.

Ningún documental es mera copia de la realidad, como afirma aquella noción positivista fundada en la reificación de la técnica, que no es otra cosa que el escamoteo del dato último para satisfacer determinados intereses o finalidades. Desde el punto de mira elegido para ubicar la cámara hasta la selección de los momentos y los gestos, el documental resulta ser una maniobra expresiva tan discrecional como la ficción.

El reciente emprendimiento de Agazzi aporta pruebas contundentes de esto. Corazón de dragón es un documental, en el sentido llano de haber elegido nueve casos de niños y adolescentes afectados de cáncer. Pero lejos de limitarse a exhibir sus padecimientos individuales la película apunta a construir un sentido fresco acerca de la voluntad de vivir y del empeño de los dolientes y de los suyos para afrontar la pelea por la supervivencia.

Así el relato focaliza su interés sobre los sueños y las ilusiones de los protagonistas, la mayor parte ajenos, debido a sus pocos años, a la gravedad del mal que padecen. No la ignoran en cambio quienes encaran —con ejemplar entereza en todos los casos— el vuelco radical de su existencia cotidiana y todas sus dificultades.

Madres obligadas a dejar a sus otros hijos para ocuparse a tiempo completo de su niño enfermo, o desarraigadas de la noche a la mañana de su entorno rural para insertarse, desasistidas, en el desconocido medio urbano. Padres que deben asumir la doble tarea en ausencia de sus parejas. Hermanos obligados a madurar de buenas a primeras para tomar las riendas del hogar. Las vidas mutan de pronto, pero allí están en la batalla, sin lamentos ni desbordes lacrimógenos.

Este es uno de los aciertos del tratamiento del director, poniendo distancia con las tentaciones lastimeras y rehuyendo los golpes bajos a los sentimientos del espectador, para dejar que la situación hable por sí misma. Otra atinada opción es acortar las intervenciones de los profesionales médicos a lo estrictamente necesario, impidiendo que largas explicaciones enfríen el relato o que la película sea el censo quejoso de las insuficiencias, apuntadas al pasar apenas, de un sistema de salud lastrado de enormes falencias.

Respetuoso de la intimidad de los pequeños, el acercamiento a sus mundos interiores se concentra en los gestos y en las actitudes, sin entrevistas que hubiesen podido forzar las cosas sumando malestares a los que ya soportan.

Resalta la prolijidad de la puesta en imagen, atenida con rigor a los debidos cuidados formales en la fotografía y en la selección de los planos y los encuadres más útiles para que la imagen no se resigne a ilustrar los textos, densificándolos. Igual destaca la banda sonora articulada en torno a la tocante composición de Alejandro Rivas Cottle.

La inclusión de las figuras de papiroflexia japonesa que van caracterizando a cada uno de los personajes cobra sentido con las secuencias animadas que cierran el relato, despejando la sospecha de un añadido disfuncional y caprichoso cuando a momentos solo daría la impresión de ser un recurso para insuflar aire en medio de la tensión generada por los momentos dramáticos.

También es de agradecer ir al encuentro de los protagonistas en sus propios entornos, dejando que el Hospital del Niño sea el eje alrededor del cual se arma un discurso cuyo sentido es la acechanza de un mal que amenaza a cualquiera, sin distingos geográficos o sociales. Por inferencia queda puesta en tela de juicio la sinrazón de un sistema que inventa cada día nuevos aparejos para mejor destruir, condicionar, atemorizar y espiar pero que sigue siendo incompetente para resolver los dramas básicos del hambre, de la enfermedad, del abandono y del dolor.

Tales estrategias para adentrarse en el drama de los héroes de a pie dan cuenta de la madurez de Agazzi en la encrucijada de elegir sus herramientas expresivas a fin de documentar —sin rehuir su responsabilidad personal— esa parcela de la vida sobre la cual apunta su mirada, dejando constancia así de la falsedad de las consignas que pretenden dejar a los hechos pronunciarse ellos mismos, señal casi siempre de una reticente cobardía a comprometerse de veras con aquello que se muestra o cuenta.

Por todo ello Corazón de dragón, además de ser una película necesaria, es uno de los picos dentro de la filmografía de Agazzi.

Ficha técnica

Título original: Corazón de Dragón. Dirección: Paolo Agazzi. Fotografía: Gustavo Soto. Edición: Jesús Rojas. Música: Alejandro Rivas. Canción: Alejandro Rivas. Arte: Cesar Mamani. Supervisión Artística: Faris Hadad-Zervos. Sonido: Sergio Medina. Maquillaje: María Belén Resnikowsky. Animación: Luigi Barrios. Diseño Gráfico: Ariel Landa. Relato Off: Juan Pablo Piñeiro. Producción: Pilar Groux.- BOLIVIA/2015.


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