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martes, 6 de noviembre de 2012

Ruby Sparks, la última obra de Jonathan Dayton y Valerie Faris, narra la historia de Calvin, quien desea a una mujer idea

La última obra de Jonathan Dayton y Valerie Faris, los directores de Little Miss Sunshine, se llama Ruby Sparks y pone en escena todos los fantasmas masculinos acerca de la mujer ideal, pero pretende desmontarlos e ironizar sobre ellos. De ahí que recurran a un protagonista de una masculinidad excéntrica, ajena a la hegemónica: es el hombre próximo al estereotipo del genio nerd de la cultura estadounidense, con gafas, solitario, asexual y recluido en la creación.

El filme aborda el motivo de la amada que inspira al escritor, que en la literatura del amor cortés servía de pretexto para la creación, pero que en el fondo no existía realmente. La Beatrice de Dante no existía y la Laura de Petrarca tampoco. Son mujeres que concentran el ideal femenino y que sirven para producir una metamorfosis en el poeta, que accede a una fusión de lo masculino y lo femenino mediante la creación poética. La mujer inspira un amor que deviene literatura, de modo que la mujer es literatura, no realidad.

Eso le ocurre al personaje de Calvin (Paul Dano): el escritor crea a su mujer perfecta, Ruby (Zoe Kazan), mediante la literatura. Ésta sólo existe como ideal antes de la creación y se va moldeando conforme progresa en su escritura. Así, la mujer primero es un sueño, se le aparece en forma de inspiración y al iniciar su catarsis creativa ésta se materializa y se le aparece en casa.

Ruby se presenta como la mujer que Calvin deseaba en sus más íntimos sueños. Es la imagen del deseo, toda la búsqueda constante del objeto de deseo se satisface por su propia aparición. Así, no es un objeto real –en el sentido psicoanalítico-, lo cual normalmente calma el deseo momentáneamente, obligando al deseo humano a transitar hacia otro objeto, pues el deseo, como afirma Lacan, es siempre asintótico: siempre hay un deseo más allá del objeto de deseo que impide la plenitud del placer. Ruby satisface todos los deseos del escritor y es el objeto ideal de búsqueda.

La dispersión del objeto erótico se concentra en un solo símbolo, Ruby, que se construye como una elusión de la frustración sexual. Si una mujer real impide el coito en Calvin, quien siempre fracasa en sus relaciones amorosas, con Ruby no debe ni actuar: ella se moldea según su propia subjetividad y es la mujer siempre dispuesta al sexo y al amor. Ruby desbloquea la relación sexual que Calvin no podía hacer realidad.

Pero, por su propia idealidad, no existe: de hecho, lo más interesante es el comienzo, cuando la mujer no se hace presente en la red simbólica, en la sociedad. Al comienzo, Calvin piensa que Ruby sólo existe en su mente y trata de esconderla para evitar su exclusión y marginación, ante el temor de ser considerado un psicótico. Aquí, la mujer es un pretexto subjetivo y le lleva a escribir.

El problema viene cuando esta mujer es concebida simbólicamente por la alteridad: la mujer existe para los otros. Entonces, la relación deviene convencional: una mujer sólo puede ser ideal mientras sea irreal y, además, secreta. O palabra, es decir, literatura. Calvin deja de escribir cuando la mujer existe socialmente y se convierte en un pegamento con el otro, en puente para la integración: el escritor pierde su particularidad. Estamos siempre al lado del hombre, pero todo tomado con ironía, porque si en algo funciona en el filme es el tono cómico que teje toda la narración.

Lacan afirma que no debemos integrar el deseo más íntimo, ubicado en lo real, en la red simbólica, pues ello siempre ocasiona un trauma. Eso le ocurre a Calvin: su contacto con la mujer deviene traumático cuando satisface todo deseo íntimo y no hay rebelión ni conflicto: la utopía, trasvasada a la realidad, es, en el fondo, un trauma. (Extracine)

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