Buscar

domingo, 30 de septiembre de 2012

Ocho y medio Ocios cinéfilos: 10 grandes películas subvaloradas


Uno: Regatearle reconocimiento y admiración a una película es un gesto común en la cinefilia, esa subcultura contenciosa y apasionada. Prejuicios -propios o ajenos-, lejanías históricas, contextos equivocados: son muchas las razones que nos mueven a subvalorar una película. Pero el tiempo -que no todo lo cura- se encarga de vez en cuando de darnos una segunda oportunidad: es decir, nos invita a volver a verlas y rescatarlas de un mal recuerdo, borroso e injusto. Al hablar de ellas, y recomendarlas, el objetivo es simple: identificar y combatir aquello que impedía juzgarlas con claridad.

Dos a ocho: Ésta es pues una lista de películas que, sin ninguna deliberación, he vuelto a ver para comprobar que no sólo aguantan las revisiones y relecturas sino que se enriquecen con ellas. Varias son cintas que siempre he considerado obras maestras sin entender por qué otra gente no pensaba lo mismo. Otras son películas que han sido opacadas por su director (que dirigió obras más famosas). Las más fueron perjudicadas por prejuicios sistemáticos: formales (“es silente”, “es en blanco y negro”) o ideológicos (“es latinoamericana”, “es antigua”, “es cine político”). Pero en resumidas cuentas, éste es un listado de películas viejas y no tan viejas que recomiendo, ahora que el DVD nos permite acceso a todo. Ahí van, en ningún orden de preferencia:

1. Fiebre de sábado por la noche. (John Badham, 1977). Perjudicada por un mal recuerdo: los ternos de poliéster, los peinados con laca, las caricaturas de un baile fulero. Y por la falsa impresión de que es una película sobre concursos de danza, discotecas y música de los Bee Gees. En los hechos, es un preciso y violento retrato de clase, la antropología urbana de un barrio newyorquino: sus maneras de hablar, sus sofocaciones familiares, su destino limitado, sus pequeñeces, su desempleo.

2. Capullos rotos [Broken blossoms], (D.W. Griffith, 1919). De Griffith, uno de los inventores del cine, se mencionan rutinariamente -aunque se vean poco- El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916). Pero la importancia histórica de esas películas -cuestionables monumentos ideológicos- nos empuja a olvidar que Griffith fue también un gran narrador y que ese talento sigue vivo sobre todo en Capullos rotos, cinta que prueba que “el progreso” es una categoría que rara vez se puede aplicar al arte (esta cinta de 1919 es mejor, inmensamente mejor, que cualquiera de las películas hoy en cartelera, con su 3D y su CGI incluidos).

3. Barry Lyndon (1975). Quizá Stanley Kubrick nunca haya hecho una mala película. Pero algunas -Odisea 2001 y La naranja mecánica-, por sus audacias explícitas y espectaculares, se convirtieron en las joyas mayores de su filmografía. Ya en los hechos, la belleza pasmosa, pero menos fácil de editorializar, de Barry Lyndon la hace, para mí, su mejor película (de lejos). Esta pictórica reflexión sobre el fracaso es también una de las películas más tristes y menos sentimentales (rara combinación) de la historia del cine.

4. Ahí está el detalle (1940). Con el cine de Cantinflas sucede algo similar que con películas como Fiebre de sábado por la noche: los prejuicios intelectuales nos impiden disfrutarlas. Recordamos, además, el deslucido y pedagógico Cantinflas tardío (El patrullero 777, etcétera) y creemos que lo suyo fue el peor teatro popular. Pero Cantinflas sea acaso el único genio del humor verbal que ha dado el cine en lengua castellana. Y ninguna mejor película para comprobarlo que Ahí está el detalle (de la que se pueden memorizar diálogos enteros).

5. Embriagado de amor [Punch Drunk Love], (Paul Thomas Anderson, 2002). Se supone que una película protagonizada por Adam Sandler debe ser, por definición, una huevada. Pero ésta no la dirigió Sandler, sino Anderson, el mejor director norteamericano de su generación. Embriagado de amor (deficiente traducción del título original) es, claro, una historia de amor, pero una de ésas que rozan la incomodidad, el ridículo y el retrato de personajes limítrofes. En ello, es una versión menos grandilocuente y más disciplinada (en tono y fervor alegóricos) de Contra viento y marea [Breaking the waves] de Lars von Triers.

6. Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar (1972). Seis de los siete sketches que conforman Todo lo que quiso saber son agradablemente fáciles, vehículos de buenos chistes más que de buena comedia. Con una misteriosa excepción: el segmento dedicado a un doctor (Dr. Ross) que se enamora, hasta las patas, de una oveja. Lo que en esta historia apuntaba a más del mismo show de variedades se transforma de pronto en una melancólica fábula amorosa, en una exacta combinación de absurdos y tristeza. Todo el mejor Allen posterior está prefigurado en este breve sketch.

7. El gatopardo (Luchino Visconti, 1963). Suele perderse entre tantas buenas películas italianas de los 60. A ratos, se piensa incluso que es un “drama de época”, una lujosa y estática reconstrucción de un mundo social perdido. Pero, como Barry Lyndon, El gatopardo es de hecho uno de los pocos intentos exitosos, en la historia del cine, de narrar transformaciones históricas (el fin de algo) en términos de la íntima biografía de sus personajes.

8. Érase una vez en el Oeste (Sergio Leone, 1968). Sin mucho inglés, Leone (entre otros) retomó el western gringo para convertirlo en algo diferente: un western de segundo grado, operático, excesivo, saturado de pathos y perfectas alegorías del destino. Su película más famosa, El bueno, el malo y el feo, de 1966, palidece frente a esta cinta, summa teológica del espagueti western: tres horas completas de una antología de motivos ya formalizados, lugares comunes en su esencia, gestos arquetípicos. Es como una saga mítica filmada.

9. Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1964). Sí, este Favio es el mismo de Y corté una flor [y llovía y llovía] y de Unos aires de condesa. Pero lo de cantante se le dio después (su primer disco, Fuiste mía un verano, es de 1968): Favio primero fue actor y luego director de cine, el más importante del llamado Nuevo Cine Argentino. Aunque irregular, su filmografía incluye dos obras maestras: Crónica de un niño solo (que, a ratos, es mejor que Los 400 golpes de Truffaut) y El Romance del Aniceto y la Francisca (1967).

10. El ejército de las sombras [L’armée des ombres], (Jean Pierre Melville, 1969). Distraídos con Godard y Truffaut, poca atención le prestamos a Melville, realizador de género que, en esos mismos años, dirigió las mejores “películas de acción” del cine francés. Esta película –sobre la resistencia francesa a los nazis– no fue estrenada fuera de Europa sino hasta el año 2006. Se puede ver, con provecho, junto a la otra gran película de Melville, Bob le flambeur (1956).

Y medio: Para seguir la charla, invito a los lectores a contribuir a una lista ampliada de “grandes películas subvaloradas”. Sólo tienen que nombrar la película, justificar su valoración (en un pequeño párrafo) y firmar. Y mandar todo a souzamm@yahoo.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario