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lunes, 26 de marzo de 2012

El Cementerio de los Elefantes

Armand Denis, el documentalista de origen belga, autor del célebre libro "Safaris inolvidables", encontró en Ituri población del Congo Oriental en 1940, tierra de pigmeos, los restos de un elefante de cuatro colmillos. Un pigmeo le contó que había dado en el bosque con un elefante moribundo, que tenía cuatro colmillos, los que luego de ser extraídos los habría vendido a un traficante de marfil, el que a su vez los había remitido a una casa comercial en Amberes. La Odisea de Denis fue encontrar el cráneo del paquidermo, llevarlo con todas las molestias implícitas a Bélgica, en busca de los colmillos, que allí ya no estaban, y luego volar a Nueva York, para finalmente en el Museo de Historia Natural ensamblar las piezas de marfil en el cráneo, logrando por fin develar, uno de los misterios de la jungla africana, la existencia del rey de los elefantes que tenía cuatro colmillos, como aquel otro hasta ahora buscado, cementerio de elefantes. Esta es una historia que como tal, está en el libro citado, y otra es la crónica escrita por Víctor Hugo Vizcarra , sobre otro tipo de elefantes. Una especie de "Papillón" boliviano, Vizcarra en algún tiempo de su vida, fue rutinario transeúnte de los bajos fondos en la ciudad de La Paz; como muchos otros, de origen humilde y niñez desdichada, no llegó a pasar al dígito cinco, pero sin embargo, dejó un testimonio de vida que lo recuerdan los letrados y aquellos, que en los recintos carcelarios leen sus libros, tratando de encontrar en ellos alguna fórmula, que les hable del escape perfecto de los muros de la prisión del cuerpo, cuando no del alma.

La crónica "El cementerio de los elefantes" de Víctor Hugo Vizcarra , apareció por primera vez, publicada en el No 125 de la revista "Correo" del periódico Los Tiempos, el jueves 15 de enero de 1987. Por aquellos años radicando en la ciudad de La Paz, se me ocurrió verificar si tales "botaderos" de alcohólicos existían y comprobé con gran sorpresa, que sí, uno llamado "Putuncos", entrando un callejón que bordeaba el río Orcko jauira, y otro arriba en Tembladerani, lugar donde algunas calles tienen nombres que deslumbran, por ejemplo "Nueva York" o "Londres"; en algún lugar empieza el alcohol que sube del "Puente negro", serpenteando callejuelas, hasta llegar donde mueren los valientes al pie del cañón de los que habla Vizcarra .

El lugar que conocí era un patio amplio, con cuartos alrededor; como en los burdeles antiguos, pequeños cuartuchos con puerta de latas de manteca, en la parte inferior un espacio por donde se le pasaba la "dotación" al que viajaba al infierno, alcohol con agua, "Caimán" 40 grados, marca de fábrica "Cocodrilo". Otros cófrades, bebían en el patio en sendas mesas de fierro empotradas al piso y en vasos "Biker" sujetados con cadenas. Supe que los que morían en el viaje, eran sacados y dejados o depositados como basura en la esquina, que la policía local los recogían cuando podían, o cuando los vecinos llamaban a una ambulancia; o si no había suerte, los llevaba el carro basurero; que algunos no llegaban a una fosa común en el panteón, simplemente a la mesa de disección del anfiteatro de medicina. Hablo de otros tiempos, donde las prácticas preferentemente se hacían en cadáveres verdaderos; hoy quizá las cosas han cambiado, es obvio.

Sergio Antonio Antezana Juárez, más conocido como "Tonchy", nacido en la ciudad de Oruro el año 1951, es uno de los pocos cineastas que ha llegado bastante lejos en el arte cinematográfico boliviano, su filme "El cementerio de los elefantes" (2008), ha recibido muchos reconocimientos y premios a nivel nacional e internacional. El magnífico guión escrito por el propio Antezana, fue la base para que él realice y dirija un filme capaz de interpelar a la sociedad; la lente espiando bajo la epidermis social y uno de sus males crónicos, el alcoholismo. La historia de Juvenal y los personajes de su entorno en "El cementerio de los elefantes", se desarrolla en la ciudad de La Paz, en sus zonas periféricas, como podría darse en las barriadas de Lima, en las favelas de Río, en las callampas de Santiago, en el Soho de Londres o en la Reeperbahn de Hamburgo, o en las grandes urbes norteamericanas, entonces este filme se hace universal.

Hoy que se discute en nuestro medio, el problema del alcoholismo en los jóvenes colegiales, "El cementerio de los elefantes", es una muestra de este mal en nuestra sociedad y sus consecuencias, una historia en caliente de situaciones extremas que se dan, si uno es capaz de mirar con detenimiento la intención del director, que no hace otra cosa que reflejar una realidad; filme espejo de costumbres, debería servir de inspiración a padres y maestros para abordar el tema en el hogar y en el colegio, y a las autoridades, para ocuparse de otros seres humanos que se debaten en un tormentoso mundo interior. La gruesa lupa de Antezana apunta a lograr despertar la conciencia de la sociedad y el buen sentido ciudadano.

"El cementerio de los elefantes" en su realización tiene un paragón con "Z" trabajo de Costa Gavras de 1969, que marcó la carrera posterior de este director y le dio la reputación internacional que ahora tiene, y también, con otra obra de arte, "Días sin huella" (1945), un relato en primera persona de un fin de semana en la vida de un escritor alcohólico, atravesando el infierno del delirium tremens por conseguir "un trago más"; este filme de Billy Wilder fue premiado con tres Oscar: al mejor director, a la mejor película y mejor actor Ray Milland. Tonchy Antezana se atrevió con un problema social y ganó, comunicando la angustia del individuo, sólo he indefenso de sí mismo, como otrora, Orson Welles en 1963, se atreviera con la obra de Kafka, "El proceso", la maquinaria inhumana de nuestra civilización que atrapa al hombre, la administración de justicia. "El cementerio de los elefantes", es una obra expresionista extraordinaria, que mientras exista alcoholismo, familias destruidas y la indolencia de la sociedad, estará ahí como testimonio perenne.

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