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domingo, 4 de septiembre de 2011

‘Alisto mi primera película en inglés’ PEDRO ALMODÓVAR


Es el director de cine español de mayor reconocimiento mundial. Cada estreno de una de sus películas se convierte en un acontecimiento en la industria cinematográfica. En esta entrevista, Pedro Almodóvar, a punto de estrenar su largometraje número 18, La piel que habito, se explaya al hablar sobre esta cinta que, probablemente, sea su película más sombría y dura, y sobre temas de actualidad: desde el Movimiento 15-M español hasta el agobio de la proliferación de paparazzi aficionados.

— Usted escribió en la promoción de esta película sobre la importancia de una frase de Elías Canetti de El libro de los muertos: “... el interrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de su salvación”, en referencia a la actitud del personaje de Elena Anaya, prisionera desde hace años en una jaula de oro. Sin embargo, esa sensación de vivir encerrado también se podría aplicar a su propia vida, condicionando la evolución de sus películas, que de aquellas comedias iniciales ha pasado a un cine más dramático.

— Pero yo no estoy cautivo, o si lo estoy es de mí mismo. Y si busco incesantemente una rendija por la que evadirme, se debe a que continuamente busco elementos que me inspiren y me estimulen a contar nuevas historias. Y ese ir y venir forma parte de mi vida y mi trabajo. Pero no hay barrotes, o si los hay son meramente biológicos. El paso del tiempo. Respecto a La piel que habito, es cierto que probablemente sea la película más negra que haya hecho hasta la fecha. A pesar de que tiene lo más parecido a un final feliz. Pero hay una zona de la película en que el género dominante es el terror, pero un terror de verdad, sin artificio, sin sangre, ni sustos, nada que ver con la manera en que ahora se hace este género. Y esa zona terrorífica pesa mucho sobre la emoción que experimenta el espectador al verla. Pero no es una película sombría. Hay mucha luz, no he querido recurrir a una estética expresionista con sombras recortando las paredes... He buscado mi propio camino, que justamente no es el de las sombras.

— Una de las características de su cine es la mezcla de géneros.

— Esa mezcla también se da en La piel... La película transita entre el drama, el cine de anticipación científica, el thriller, el terror y el melodrama. Sin renunciar del todo al humor, que también lo hay y siempre lo habrá.

— En esta nueva obra tienen especial presencia las pantallas y los circuitos de televisión interna. ¿Significa eso un reconocimiento a los tiempos que vivimos en los que se ha perdido la inocencia de la mirada en aras de un obsesivo control?

— Lo que yo quería subrayar es que vivimos rodeados de pantallas, de imágenes en movimiento, tanto en la calle como dentro de nuestras casas. O dentro de nuestros ordenadores. El ordenador se ha convertido en un artefacto dentro del que vivimos, que nos refleja y por el que no sólo entra la realidad, sino que nos sirve para relacionarnos con los demás, aunque también puedan controlar nuestra intimidad a través de él, y sin pedir permiso. El peligro de vivir al desnudo frente a todos estos artefactos es una sensación real... Hemos perdido grandes dosis de intimidad. El personaje de mi película no tiene ninguna. Está siendo siempre observada como un ratoncillo con el que se está experimentando. Además de las imágenes de control, con pantallas en blanco y negro en la cocina, está el inmenso plasma que tiene el doctor Ledgard, el personaje de Antonio (Banderas), que le ocupa la mitad de la pared que da a la habitación de Vera-Elena. Mi intención es dar la impresión de que casi viven juntos. Y cuando Antonio atrae la imagen hacia sí con un zoom y el rostro de Elena es tan grande como las tres cuartas partes de Antonio, quiero decir que aunque él sea el dueño de las llaves, Elena es la que está controlando la relación. Los distintos tamaños de las pantallas donde aparece ella tienen un interés narrativo, además de representar la vida misma.

— Hablando de imágenes robadas, ¿qué opinión le merecen los paparazzi?

— No son santo de mi devoción, a no ser que te llames Ron Galella.

— Si hubiera hecho hoy Mujeres al borde de un ataque de nervios, tendría que haber utilizado los teléfonos móviles.

— Ese es el peor tipo de paparazzi, el que te encuentras por la calle a cualquier hora del día o de la noche y te graba y te fotografía, sin llamar antes a un maquillador y a una peluquera. Yo soy un tipo cercano, estoy dispuesto a hablar con toda la gente que me encuentro por la calle. Me gusta. Tengo muy buena relación con el caminante urbano. Pero hay días en que no soporto más de 10 irrupciones, con foto incluida.

— ¿Cree que eso repercute en su cine o en su vida?

— No, hombre. Repercute en la longitud de mi zancada, en el ritmo de mi caminata. Ten en cuenta que es el único deporte que hago, caminar. Ya estoy en ese plan. Pensando en el ritmo cardiaco y en la tensión arterial. Tengo máquinas en casa, pero prefiero que me dé el aire. Ya vivo con un gato, y estoy a punto de comprarme un perro para que me saque a pasear. Yo mismo estoy sorprendido de estos cambios.

— También su cine ha cambiado.

— Gracias.

— Quiero decir que de aquellas comedias disparatadas a la negrura de La piel que habito hay un abismo.

— Puede ser. Yo he llegado a La piel que habito de un modo natural, día a día. Película a película. Para mí es un cambio tan natural como el biológico. Me alegro de que mi cine haya cambiado. Reconozco que las historias que ahora cuento son más graves que las de hace 30 años. Es lo que me sale, pero hay cosas que no han cambiado, quiero ser entendido, que mis películas se entiendan, a pesar de sus complejidades, y quiero ser ante todo y sobre todo entretenido... Es cierto que además no hago ninguna concesión, que hago lo que quiero hacer y como quiero hacerlo. Y a veces eso es un reto para mí y para el espectador. Necesito un espectador vivo, despierto, sin prejuicios y dispuesto a sorprenderse con alegría ante los giros imprevistos. Y aunque mi paleta se haya ensombrecido, son justamente las películas más oscuras, las que he rodado esta última década, las que mayor prestigio y reputación me han dado internacionalmente. Lo digo como mera información, sin engreimiento. Tal vez fuera de aquí, como no soy de la familia, valoren mejor los cambios.

— ¿Qué le parece este movimiento grande, heterogéneo, espontáneo y peculiar, pero muy curioso sociológicamente hablando, en el que se juntan varias generaciones, que es el 15-M?

— Creo que el 15-M nos ha traído a la izquierda española nuevas energías. Encuentro en la ciudadanía mucha más conciencia y deseos de participar, y de unirse, ojalá, que hace nueve meses... Creo que afortunadamente tumba la idea del joven apolítico que teníamos hasta ahora. Los chicos que han nacido en plena democracia se lo han encontrado todo hecho, no guardan memoria de que a veces hay que luchar para mejorar las propias condiciones de vida. Ese apoliticismo ocurría más con la primera generación de la democracia, la generación que se ha quedado viviendo con sus padres, sin necesidad de emanciparse ni a los 40 años. Sin embargo, los más jóvenes, sin previo aviso, se instalan un día de mayo en la Puerta del Sol (Madrid) y nos demuestran que no son como sus hermanos mayores. Son chicos preparados, pero sin perspectiva de futuro, y no están dispuestos a marcharse a Alemania a trabajar, sino que se reúnen en asamblea callejera para clamar por los problemas que les afectan y que a los políticos parecen no preocuparles. El 15-M es nuestro Mayo del 68, sólo que aquí no se piden utopías, casi todo lo que denuncian y reclaman es dramáticamente real, posible y necesario.

‘Me identifico con Pep Guardiola’

— ¿No estamos exagerando entre todos la importancia de este movimiento?

— Puede ser. Personalmente estoy dispuesto a cogerme a esa exageración como a un clavo ardiendo. No es que el 15-M nos vaya a arreglar el futuro, no es un partido político, pero sí creo que han conseguido despertarnos. Creo que la solución está en el dinamismo de la ciudadanía. Aunque Franco arruinó la idea del referéndum, hay muchos temas que los políticos pueden consultar a los ciudadanos; la democracia no puede consistir exclusivamente en que cada cuatro años vayamos a votar, en casos como el actual, a dos partidos con los que no nos sentimos identificados. En las relaciones de los políticos y la ciudadanía hay que incorporar las nuevas tecnologías. Ya no sirve eso de “mejor no hacer una consulta sobre este tema, porque no lo van a entender”. Ese paternalismo de los políticos no se puede mantener en la actualidad. La vida se ha dinamizado enormemente. Y ese nuevo ritmo todavía no ha llegado a la política. Y tienen que ponerse al día. Vivimos en pleno torbellino de un cambio de época, y a cada uno le toca cambiar en lo suyo. Da vértigo, pero no queda más remedio. El futuro nos ha cogido en bragas. Y hay que espabilarse.

— La piel que habito supone también el reencuentro con Antonio Banderas, con el que no había vuelto a trabajar desde Átame (1989), un largo periodo en el que, además, los dos se han internacionalizado. En la película, Banderas tiene un extraordinario sentido de la contención, apenas mueve un músculo de la cara. ¿Cómo resultó trabajar de nuevo con él?

— No mueve ningún músculo porque así se lo impuse. Antonio es muy expresivo y aquí le pedí lo contrario. Desde el principio había decidido que como la historia de La piel que habito es tan bestia, el tono debía ser muy austero. Aséptico. Y Antonio se ajustó perfectamente a lo que le pedía. Se sorprendió al principio, pero se sometió de inmediato. Recuerdo que durante la preparación le di un DVD de Círculo rojo, de Jean-Pierre Melville, uno de mis directores fetiche. Mucho antes que el irregular (japonés Takeshi) Kitano, Melville ya había inventado el silencio de los violentos y la inexpresividad facial. Los actores de Círculo rojo, una banda de sofisticados ladrones y policías obsesivos, ésos sí que no mueven un solo músculo de la cara. Antonio lo entendió enseguida. Su personaje es un psicópata, el psicópata por definición está incapacitado para ponerse en el lugar del otro, por eso es capaz de las mayores atrocidades, porque no tiene conciencia del dolor. No sabe lo que es. Y para expresar esa incapacidad, lo mejor era vaciar el rostro de todo tipo de emoción, por mínima que fuera. Antonio no debía mostrar el menor sentimiento. Hasta que se enamora de Elena. El amor lo humaniza.

— En su película hay también algo del Alfred Hitchcock de ‘Vértigo’...

— Si eres director, la influencia de Hitchcock es inevitable. Hitchcock es el gran padre del cine, y Vértigo, una película madre de muchas películas. En toda historia en la que un hombre intente modificar a una mujer, ya está incluida Vértigo. Yo recibo con alegría esa referencia... Respecto a la imagen del director, también me identifico mucho con Luis Aragonés o Pep Guardiola. El lenguaje corporal del entrenador de fútbol cuando está viendo un partido, esa tensión y concentración absoluta es la misma que siento cuando estoy rodando. No soy futbolero, pero cuando veo una foto de ellos me reconozco a mí mismo... (Además) Esta película me ha quitado un lastre. Me siento más ligero, más próximo a emprender nuevos proyectos lejos de Madrid, en otra lengua.

— ¿En Estados Unidos? ¿Han vuelto a tirarle los tejos?

— No, es un proyecto que yo mismo genero.

— Usted ya había recibido muchas propuestas de Hollywood...

— Sí, pero en esta ocasión, y por primera vez, tengo un proyecto propio, que me gusta mucho y que ya está bastante avanzado, cuya lengua es el inglés. Podría ser el próximo, pero con producción nuestra, quiero decir, europea.

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