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domingo, 10 de julio de 2011

Transformers 3: la insoportable pesadez del tedio

Uno: Frente a una película como Transformers 3 quizás no haya otra estrategia crítica que la contabilidad. Hagamos, pues, números: Transformers 3 se ofrece al público en una docena de salas y 52 funciones diarias, sólo en La Paz. Si se quiere extender esta contabilidad al eje central, hablamos de un total de 20 salas, más o menos, en las que, en Bolivia, en sus tres mayores ciudades se ofrecen 91 funciones diarias de Transformers 3. Ahora imagínese que, como en Bolivia, sucede lo mismo en todo el mundo.

Dos: Podría pensarse que, más allá de vagos saludos estatales a la bandera, ésta es la suerte cotidiana del “proceso de descolonización” en nuestro consumo de cine: estamos hasta las orejas en basura cinematográfica alegremente imperialista, patriarcal sin remilgos, sexista con furia, monocultural por defecto, nada inter aunque algo intra. En el caso de Transformers 3 hay que añadir un matiz: vemos a diario no pocas películas que son lo mismo (imperialistas, patriarcales, racistas) y que, sin embargo, son pasables en tanto meros espectáculos. Por ejemplo, Avatar. Pero Transformers 3 no es ni eso: son dos horas y media en las que adquirimos una aguda conciencia de nuestra mortalidad, de las oportunidades perdidas, de lo corta que es la vida. Y nosotros estamos ahí, atrapados en el cine, perdiendo el tiempo como cojudos cuando hay tanto por hacer, tanto que ver y disfrutar.

Tres: No hay por qué amargarse. Poniéndole buena cara al mal tiempo podríamos afirmar –sin mentir– que Transformers 3 es la mejor de la saga, de su especie. Pero afirmar que es mejor que las anteriores es como decir que ahogarse es mejor que morir crucificado. La 2 fue sin duda la peor megaproducción de 2009. Y ésta, la número 3, vuelve a lo mismo con sólo un poquito más de tino.

Cuatro: “Lo mismo” es lo siguiente: una serie de robots, con pinta de autos que han abusado seriamente de los esteroides, se agarran a golpes y destruyen ciudades. Entre tanto, y para descansar la vista de este espectáculo homoerótico y fierrero, la cámara se detiene en alguna parte saliente, sobre todo la trasera, de una modelito vestida de blanco que corre o posa en medio de la destrucción (Megan Fox en las anteriores; en ésta, una estrella del catálogo de ropa interior de Victoria’s Secret, Rosie Huntington-Whiteley). En comparación a Transformers 3, una película como Piratas del Caribe –para nombrar un producto en la misma liga – es “cine de autor” y resulta rebuscada, intelectualoide, pretenciosa incluso.

Cinco: La ciencia del mercadeo inventó el branding. Es algo simple, aunque mecanismo principal del capitalismo avanzado: la creación y promoción de una marca que, con el tiempo, se vuelve elemento de capital. Una de las facetas del branding es lo que esos mismos expertos llaman “lealtad de marca”. Grosso modo: lograr que sigamos comprando las mismas huevadas toda la vida, convencidos de que esas marcas tienen “un no sé qué, ¿viste?”. Transformers 3, como la 2 y 1, es un ejemplo típico de ese cine hollywoodense que no hace otra cosa que abusar de la lealtad general: historietas infantiles que se vuelven películas; películas que se vuelven sagas; actores que se vuelven marcas.

Seis: Los transformers eran juguetes. Respondían a un concepto ya desarrollado en la industria de la chamarra: así como las hay de dos caras, la idea era crear juguetes que sean dos (o tres) en uno. Autos que se convierten en robots, aviones en barcos, caballos en dinosaurios, etc. De los juguetes se pasó a la serie de dibujos, de éstos a los largometrajes también animados y, por fin, (son los “adelantos del progreso”, como dijo Borges) al celuloide de acción. Los niños que jugaban con sus transformers en 1986 se suponía, correctamente, abarrotarían los cines para ver la versión adulta de sus batallas con muñequitos. (De paso, por un asunto de hormonas, estas películas añaden otro ingrediente al juego: las ya mencionadas voluptuosas modelitos que corren en cámara lenta con el fuego de las explosiones en el fondo).

Siete: Tranformers 3 es la expresión sumaria del pecado que paraliza hoy al cine mundializado: dedica cantidades inimaginables de dinero, personal y cuidado a la elaboración de espectáculos que un grupo reducido de monos con computadoras tardaría sólo unos meses en imaginar mejor. Y conste que soy de los que no espera mucho de una película de acción: espero que se entienda, que cree algún tipo de suspenso, que promueva algún movimiento glandular. Pero en este caso ni eso: aturdidos por el volumen de las explosiones, perplejos por la historia sin pies ni cabeza, insatisfechos por los muñequitos que la pueblan, confundidos con las peleas que la habitan, salimos del cine.

Ocho: Cuando se invierte en todo menos en pensar, se apela a ese piloto automático de la inteligencia: la ideología. Transformers 3 (como la 2 y 1), en ello también, es una película antológica: acumula y repasa un rosario de lugares comunes del estupor imperial. Al modelo narrativo-ideológico básico (el bien vs. el mal) le añade los colofones de rigor: a) los buenos robots (autobots) son una fuerza paramilitar de apoyo al ejército gringo, que actúa donde sea y como sea en nombre de la humanidad (se los ve aquí “limpiando” Oriente Medio); b) los malos (Decepticones) son una fuerza que, como en un discurso de Bush Jr., quieren imponer la tiranía a una colectividad (la gringa) que encarna la libertad; c) si los buenos son también bonitos (autos de catálogo, bien cromaditos y de colores chillones), los malos son, claro, feitos, con la pinta de las chatarras que manejamos en el Tercer Mundo. Quién lo diría: la legalización de chutos sea acaso una invasión de Decepticones, de robots malvados.

Y medio: Las dos horas y media de Transformers 3 no son, salvo los primeros 15 minutos, ni discretamente entretenidas. Se las siente eternas: aliviado, estaba preparándome para salir del cine cuando me di cuenta de que sólo habíamos llegado a la mitad de la película: “el horror, el horror”.

Podría pensarse que, más allá de vagos saludos estatales a la bandera, ésta es la suerte cotidiana del “proceso de descolonización” en nuestro consumo de cine.

4 comentarios:

  1. Hay personas que no saben ni de lo que hablan, pero aun asi se atreve a criticar en ves de producir, tipico tristemente de gente con como estaque presenta algun tipo de trastorno social o mental. Y lo peor es que se da la molestia disque de perder su tiempo pagando su boleto al cine, digo, si no te gusta algo no lo haces y listo, no lo haces y todavia te quejas pedazo de pel....

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  2. Un nuevo ejemplo de cómo suplir la falta de imaginación del cine de Hollywood con una buena batería de efectos digitales, espectaculares por supuesto, pero que al no estar al servicio del argumento, terminan por volverse aburridos y repetitivos y a veces confusos.
    La trama está además llena de personajes tópicos y situaciones absurdas que hemos visto un trillón de veces, a saber. No recomendable ni siquiera para fans de la serie.

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  3. Entretenida y en la linea de las anteriores, creo que si gustaron las otras te gustara esta, no tiene mucho misterio más. Eso si, yo aun sigo alucinando con los efectos especiales...

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  4. Una pelicula de ciencia ficcion que entretiene y poco mas, los efectos son una pasada eso si. Merece la pena verla si te gustan ese tipo de cosas en una cinta.

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