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domingo, 23 de enero de 2011

SE ESTRENA EN SALAS LOCALES LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LAS MUJERES


A casi dos años de su lanzamiento internacional, llega a nuestras pantallas Los hombres que no amaban a las mujeres (Niel Arden Oplev, 2009), la adaptación cinematográfica de la primera parte de la célebre trilogía Millennium, del escritor y periodista sueco, Stieg Larsson (1954-2004). La producción –también sueca- se estrena en momentos en que la saga vuelve a levantar revuelo internacional, estando actualmente en rodaje la versión estadounidense de la cinta, bajo la dirección de David Fincher, a quien ni siquiera la cosecha interminable de los éxitos de La red social le ha hecho interrumpir el proyecto (titulado en inglés The girl with the dragon tattoo).

De hecho, está previsto que este remake -con Roney Mara en la piel (tatuada) de Lisbeth Salander y Daniel Craig haciendo de Mikael Blomkvist- se estrene comercialmente en diciembre de este año. A este dato se suma el reciente anuncio de que la tercera parte de la versión cinematográfica sueca de la saga (traducida en español como La reina en el palacio de las corriente de aire), lanzada el pasado año, ha merecido importantes nominaciones para los premios de la Academia de Cine Británica (Bafta), en las categorías a Mejor Película en Lengua Extranjera, Mejor Actriz y Mejor Guión Adaptado. Y por si esto no fuera suficiente, no cuesta nada introducir en internet el nombre del autor sueco y de su trilogía para saber en qué anda el escándalo en torno a los derechos de autor de la obra.
Así pues, la idea es convencer al lector y/o espectador local de que no está demás acudir al cine para ver Los hombres..., una producción que, si bien está lejos de ser una obra maestra en su género, cuando menos ofrece una dosis respetable de misterio, acción, horror y, acaso más importante para los seguidores de la trilogía, le pone carne y hueso a esa anti-heroína posmoderna que es Lisbeth Salander.

Llegado a este punto, no estaría demás volver atrás y rememorar las circunstancias que nos condujeron al descubrimiento y la fascinación por el universo Millennium. Se entenderá, pues, que Millennium es para muchos –como yo- lo más cerca que estaremos de pertenecer a esos infantiles y masivos cultos, rayanos en lo mórbido, desatados por saga de Harry Potter y la trilogía de El Seños de los anillos. Dicho de otra forma, en lugar de un mago nerd con varita, nuestra particular mitología la preside una hacker disfuncional con el cuerpo cubierto de tatuajes y piercings. O si se quiere, a nosotros no nos conmueve un hobbit contrariado moralmente por el anillo que traslada, sino un periodista arrogante y promiscuo, afanado en denunciar corruptelas empresariales, descubrir asesinos seriales y destapar los excesos de los servicios de inteligencia de su país.
Y es que, en una era en que los “Best Sellers” han sido casi reducidos a basura, la publicación de Los hombres que no amaban a las mujeres (2005), La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (2006) y La reina en el palacio de las corrientes de aire (2007), las tres novelas policiales que integran la llamada trilogía Millenium de Larsson, supo demostrarnos que no todo lo que se vende bien es mierda. A estas alturas ya convertidas en objeto de culto mundial, las tres obras protagonizadas por Mikael Blomkvist, un periodista maduro experto en fraudes económicos, y Lisbeth Salander, una hacker freakie y asocial, se han ganado el aplauso casi unánime de la crítica y la academia, con sendos panegíricos como los del mismísimo Nobel peruano, Mario Vargas Llosa. Y no es para menos. Más allá de su pericia para el armado de la trama policial y el olfato para la construcción de dos personajes de antología, la obra atrapa por la habilidad de Larsson -quien no vivió lo suficiente para saborear el éxito editorial de sus obras- para confeccionar un demoledor y honesto retrato de la sociedad y el sistema suecos, capaz de trascender su aparente ejemplaridad.

Y es, precisamente, en la primera parte de la trilogía en la que la tinta destilada para ilustrar un estado de podredumbre que se expande en forma de corrupción política, estafas financieras, insidias familiares, misoginia delincuencial, racismo y espionaje, se vuelve indeleble y penetrante, hasta el punto de grabarse irremediablemente en el imaginario del lector. No sería arriesgado afirmar que el libro (de más de 600 páginas en su edición pirata y de algunos cientos más en su versión legal), ha dejado en millones de lectores una imagen a la cual acudir siempre que se quiera pensar este mundo post capitalista, globalizado e hipertecnologizado en que nos ha tocado vivir. Y esto es algo que la película homónima dirigida por el danés Oplev conserva en buena medida, aunque, desde luego, sin la hondura ni la contundencia con que lo hace el libro.
La historia de Los hombres… narra la investigación en que Blomkvist (Michael Nykvist) y Salander (Noomi Rapace) se enfrascan, por encargo del anciano empresario Henry Vanger, para dar con el responsable de la muerte de la sobrina del Vanger, Harriet, desaparecida en circunstancias misteriosas 40 años atrás. El encargo le llega al periodista en su peor momento profesional, a poco de haber sido condenado a la cárcel, acusado por difamar a un poderoso empresario. Sólo la feliz alianza con la joven hacker informática y los descubrimientos que ambos hacen en torno a la desaparición de Harrier Vanger le otorgan un nuevo sentido a su vida. Sin embargo, los hallazgos los conducen a reconstruir la oscura trama familiar de los Vanger, que más de uno intenta mantener oculta, sin importar el precio.

De una factura técnica ejemplar, que no tiene nada que envidiar a las grandes producciones de acción de Hollywood, el filme sale airoso, aunque no sin algunos tropiezos, del enorme desafío de condensar en algo más de dos horas una novela de más de 500 páginas, imprimiéndole a los múltiples eventos de la trama un ritmo vertiginoso y llevadero, que apenas decae en la parte media del metraje. Es cierto que, frente a la obra literaria original, la cinta puede resultar insuficiente y hasta decepcionante para el lector exigente. Pero, si se la intenta ver como una obra per se, es capaz de ganarse la atención y la complicidad del espectador, en virtud a un respetuoso apego al espíritu del libro y a los códigos cinematográfico del thriller. Mucho más no se le puede pedir a una adaptación cinematográfica que, desde su concepción, cargó las pesadas expectativas de millones de seguidores de la obra de Larsson.
Acaso lo mejor que deja la película es la sensación de que Lisbeth Salander existe, de que es de carne y hueso. Porque no otra cosa se puede decir de la extraordinaria caracterización de Noomi Rapace, que, más allá de acomodarse proverbialmente a la descripción física que Larsson hace de ella en la novela, encarna ese talante parco, bizarro, tosco, violento y receloso que distingue a nuestra venerada anti-heroína. Se entenderá, entonces, que no son para nada gratuitos los reconocimientos y nominaciones que la actriz sueca ha cosechado por este papel en certámenes de alto prestigio cinematográfico como los de la Academia de Cine Europeo o los propios Bafta.

Algo que debe también destacarse de la versión cinematográfica de la primera parte de la saga de Larsson es el cuidado con que el realizador traduce en imágenes en movimiento el clima narrativo construido en la novela. El frío, la opresión, la tensión, la violencia, la oscuridad y el horror de la novela son cabalmente materializados en virtud a un acertado tratamiento fotográfico, escenográfico y musical.
Tampoco se puede dejar de destacar la abierta apuesta de la película por enganchar al público con las dos siguientes partes que completan la trilogía. El guión toma prestadas algunas secuencias que no aparecen originalmente en el libro de Los hombres que no amaban a las mujeres, sino en los siguientes volúmenes, procurando deslizar algunas pistas sobre el oscuro pasado de la Salander; pistas que, para los espectadores vírgenes en el universo Millennium, pueden resultar intrigantes, y que, para los duchos lectores de la obra de Larsson, funcionan como guiños cómplices que se agradecen y aseguran la expectativa de cara a las dos siguientes cintas (mucho tiene que ver en esto el que las tres partes hayan sido rodadas de un solo tirón). Pero, más allá de su orientación comercial, la inclusión de estas secuencias revela el oficio de Arden Oplev para manejarse en el terreno del thriller, en el que no resulta del todo recomendable resolver por completo todos los conflictos de la trama, siendo, por el contrario, un riesgo inteligente dejar al espectador con un margen de intriga que lo incomode y le permita seguir viendo/construyendo la película incluso después de finalizados los créditos. Se trata, pues, de facilitar que el público se apropie de la obra.

Dicho esto, lo único que queda es aguardar por el estreno de la película, por el afortunado descubrimiento o el anhelado retorno a las ófricas tierras de Larsson. Sean, pues, (otra vez) bienvenidos al universo Millennium.

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