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domingo, 19 de diciembre de 2010

Las crónicas de Narnia III, balance de fin de año

Uno: Hay dos temporadas para las franquicias cinematográficas: fin de año y el verano en el primer mundo (que es el invierno en el tercero). En ambos casos, los chicos disfrutan sus vacaciones escolares. Segundas, terceras, séptimas partes aparecen aprovechando que la muchachada anda suelta y sin nada mejor que hacer que fatigar los multicines.

Dos: Como las marcas, las franquicias son juzgadas según este criterio: “pegó o no pegó”. Es claro, por ejemplo, que Harry Potter y la serie de Crepúsculos pegaron. Otros cálculos contables han tenido menos suerte: El compás dorado, primera entrega de la serie La materia oscura (trilogía de libros de Philip Pullman), murió en esa primera entrega, pese a sus virtudes comparativas; se dice que El último maestro del aire, gracias a Dios, también murió en el parto.

Tres: La fórmula del negocio es la siguiente: vendernos la batalla entre el bien y el mal como si acabaran de inventarla. Para hacerlo, es necesario marear la perdiz (es decir, a nosotros) con reinos imaginarios de parque de diversión, legiones de personajes en vestuarios llamativos, y muchos, pero muchos efectos especiales. Las franquicias cinematográficas reproducen así el mundo que las rodea: la aparente diversidad plurimulti de la globalización es una oportunidad para reciclar la uniformidad radical de todo.

Cuatro: En estos proyectos no se ahorra plata, como en Las Vegas: se invierte un montón con la esperanza de recaudar un montón. Y si no se logra ese epifánico golpe de suerte que nos cambia la vida, se siente el fracaso. El compás dorado costó 180 y recaudó 370: esa exigua ganancia de casi 200 millones la hizo un fracaso. El último maestro del aire costó 150 y recaudó 300: otro vigoroso fracaso. Porque todos aspiran al premio gordo de Avatar: invertir 300 y recaudar 2.800. O a la segura rentabilidad de cualquier Harry Potter: invertir 150 y recaudar 900.

Cinco: Las crónicas de Narnia parecían una apuesta segura: a) adaptan una serie de libros que han vendido más de 100 millones de copias desde su aparición a mediados del siglo pasado; b) se prestan como anillo al dedo a la combinación de rigor (baratos actores ingleses, caros efectos especiales); c) como configuran una alegoría cristiana, ya disponían, en teoría, de un público: el multitudinario fundamentalismo gringo y mundial.

Pero la serie se desinfló. Empezó modestamente: a un costo de 180 millones, la primera Narnia recaudó “sólo” 745. La segunda fue un fracaso: costó 225 y recaudó 420. La compañía productora, Disney, decidió abandonar el barco. Pasaron los años y otra compañía, Fox, decidió probar suerte: le puso menos plata (esta tercera entrega costó 155 millones) y cambió de director. Con buenos resultados: en su primera semana en cartelera, la tercera Narnia ha recaudado 115 millones.

Seis: Las crónicas de Narnia vienen de la Universidad de Oxford. El autor, C.S. Lewis, era un erudito profesor universitario, especialista en literatura medieval inglesa. Las escribió una tras otra (son siete en total) en sus ratos de ocio (fin de año, vacaciones de verano). Ateo militante hasta sus 30 años, su amigo y colega J.R.R. Tolkien (el autor de El señor de los anillos) lo ayudó a reencontrarse con la religión. Narnia, de hecho, es parte de su trabajo como publicista del cristianismo, es una gruesa alegoría.

La primera (novela y película) es una versión de la muerte y resurrección de Cristo (Aslan). La segunda, la restitución de la religión verdadera luego de un período de oscuridad pagana. Y esta tercera le sigue los pasos a las tribulaciones de la vida en la fe (las tentaciones, los peligros).

Siete: Quizá este género se preste tanto a nuestros tiempos porque se parece a los juegos de video: ofrece un universo paralelo, bélico (no hay producto que no suponga, en tanto clímax, alguna batalla parcial o final contra el mal), repleto de imágenes plurimulti, marcado por pruebas a resolver o sortear. Hay, además, reglas de juego, arbitrarias como las de cualquiera. En Narnia la principal es ésta: sólo ingresan a ella niños. Si la serie continúa, veremos a otros actores y personajes. De los cuatro niños Pevensie, presentes en las dos primeras partes, está tercera ya ha raleado, porque estaban muy grandecitos, a dos: Peter y Susan. Nos quedamos pues con Edmund y Lucy que, a su vez, terminaron esta tercera entrega para no volver más.

Ocho: La película narra entonces las aventuras de Edmund y Lucy. Vuelven a Narnia como se vuelve a un juego interrumpido: a sortear más pruebas. El mal azota Narnia y para disiparlo tienen que navegar de una isla a otra recolectando siete espadas mágicas. Eso es todo. Mientras tanto, los protagonistas deben, más que salvar el pellejo cada tanto, vencer a los enemigos espirituales: la vanidad, el orgullo, la codicia.

Aunque miento: además de Edmund y Lucy, se nos presenta al primo Eustace, retratado aquí como un niño insoportable, que hace su aparición porque es el protagonista de tres de las novelas restantes. ¿Es buena esta Narnia? ¿Comparada con qué? sería mejor pregunta. Si se tiene que escoger, la última Harry Potter es mejor. Pero le gana en interés visual a El último maestro del aire y en interés narrativo a Tron: El legado (que no es sino un brilloso catálogo de productos, un pretexto para exhibir motitos y trajes de cuero).

Y medio: Hay dos tipos de películas en 3D: las que se filman como tales y las que incorporan el 3D en el proceso de posproducción. Narnia 3, como tantas, no fue filmada en 3D. Y como todas estas películas que son 3D a posteriori, tiene una seria debilidad técnica: las escenas se oscurecen, al punto que a ratos es difícil saber qué es lo que estamos viendo.

1 comentario:

  1. Yo aún sigo esperando la siguiente película porque son muy entretenidas, me gusta mucho la trama de la primer película, la segunda esperaba más, pero quiero que siga Narnia y muchos seguidores esperan con ansias terminar de ver la serie.

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